“El Metro de La habana que nunca fue y las siniestras y disparatadas ideas militares de Fidel Castro”
Cubaencuentro, EEUU | 07/10/2015 9:28 am
No transcurría un ejercicio militar en los mapas o en la práctica real sin que después de los golpes aéreos masivos de la aviación yanqui y de iniciarse los desembarcos marítimos al este y oeste de La Habana por la 1ra División de Infantería de Marina de Estados Unidos, nuestra División Blindada partiera de su región de concentración, resuelta a aniquilarlos, así como también hacía añicos a la 82a División Aerotransportada, que había desembarcado en la región de Güines, en el centro de la provincia de La Habana.
Después de aniquilar dicha fuerza invasora los tanques de la división, reforzados con las reservas del alto mando (RAM) proporcionadas por el Comandante en Jefe, expulsaban al mar a las fuerzas yanquis que habían desembarcado por el litoral habanero.
Teníamos una suerte loca, siempre ganábamos en los ejercicios teóricos.
Decisiones para cumplir con la operación contra desembarcos del país, rezaban las directivas.
Durante la Reunión Metodológica del MINFAR que acostumbraba a efectuarse al inicio del año de preparación combativa, concluido el primer día de reunión —generalmente eran dos días— abordamos los autobuses que habían sido asignados para conducirnos al terreno y presenciar los últimos adelantos en los nuevos planes estratégicos del Comandante en Jefe para rechazar la invasión.
Cruzamos el túnel de la Habana y nos dirigimos por toda la Vía Blanca hasta Guanabo, más o menos por donde están las famosas antenas que en su tiempo recibían señales de la televisión de Estados Unidos, y nos adentramos en esas elevaciones que se extienden paralelas a la doble vía, desde Colinas de Villareal, pasando por Santa María del Mar, hasta después de Guanabo.
El general Senén Casas, Jefe del Estado Mayor General, dirigía la reunión:
“Compañeros oficiales, en el día de hoy podrán comprobar con sus propios ojos uno de los tantos trabajos ingenieros que a fuerza de grandes sacrificios se han logrado construir para la protección de nuestros medios, dando posibilidades a la División Blindada de sobrevivir los golpes masivos del enemigo y participar en el contragolpe estratégico que derrote al enemigo”.
Sin más introducción montamos en una caravana de vehículos militares y penetramos en los túneles recorriendo kilómetros y más kilómetros de una obra que debió costar centenares de millones de dólares.
Pero lo trágico de esta inversión es que resultaba la obra ideal para que la aviación de Estados Unidos, sin hacer mucho esfuerzo, acabara de un plumazo con la flamante División Blindada. Ni un “Jaque del Pastor” resultaba tan simple como este para auto-derrotarnos nosotros mismos.
Según el jefe que dirigía la clase metodológica, la División Blindada, acantonada en Managua, en caso de pasarse a completa disposición combativa, debía estar lista para entrar en combate desde sus regiones de concentración. Por lo que la distancia desde Managua hasta las regiones de desembarco del enemigo en las costas resultaba bastante alejada, y sus medios corrían el riesgo de ser destruidos por la aviación yanqui durante su recorrido, que por supuesto dominaría el espacio aéreo.
Y agregaba en la explicación que, con los tanques protegidos en los túneles al producirse los desembarcos enemigos, estos saldrían directo a enfrentar las tropas desembarcadas, sin haber sido diezmados anteriormente.
Otro oficial de la aviación que participaba en la reunión metodológica me miró con socarronería al escuchar esta explicación del conferencista, y me doy cuenta que estaba pensando lo mismo que yo.
Cuando concluye la explicación, el general Senén Casas pregunta si alguien tiene alguna duda y ese es el momento que aprovecho para poder exteriorizar los deseos reprimidos.
“General, yo no soy tanquista ni especialista de las tropas terrestres, pero siempre entendí que los tanques y otros vehículos blindados eran construidos así para poder sobrevivir desplegados en el campo de batalla, y como piloto le puedo decir que los tanques en marcha, desplegados, es bastante difícil poder destruirlos”.
“Sí, así es, pero ¿cuál es su duda?”.
“Mi duda es que destruir cientos de tanques moviéndose en el terreno le sería extremadamente difícil a la aviación enemiga, mientras que teniendo esos cientos de tanques dentro de los túneles con solo destruir las entradas y salidas ya estarían todos enterrados… y esas entradas y salidas no son móviles, son permanentes, y deben estar muy bien localizadas por las fotos del SR-71”.
Me refería al avión de reconocimiento norteamericano SR-71 Black Bird (Pájaro Negro) que atravesaba semanalmente la isla de Cuba, de oriente a occidente, fotografiando todo el territorio nacional. Cuando aquello no estaban tan adelantados los medios de reconocimiento por satélite, que hoy día pueden hasta realizar reconocimientos faciales de los enemigos en tierra.
Me di cuenta que le había tirado una “bola de humo” y no sabía que contestar.
“Ese no es un tema para discutir aquí ahora, compañero general. Eso seguro ha sido analizado por los especialistas que le corresponde. Reunión terminada”.
Cuando nos dirigíamos a los autobuses escucho a mis espaldas unas carcajadas y un vozarrón que me grita:- ¡Pilotooo, oye pilotoooo, acostúmbrate a las masturbaciones estratégicas!.
Me viré y allí estaba, muerto de risa, aquel indio corpulento, carismático, divertido, y querido por todos, el general Arnaldo Ochoa.
La inmensa mayoría de los jefes militares sabían que aquella paranoia de los túneles era un gasto incosteable e inútil para un país arruinado por las locuras de su máximo dirigente. Aunque los más serviles, los tracatranes, los “yes men”, como se les dice en Estados Unidos, aplaudieran las masturbaciones estratégicas del Comandante, como las calificó Ochoa. Los túneles, en la mente de la dirigencia fracasada, era la mejor anestesia para un pueblo defraudado y burlado.
Pero había algo mucho más diabólico, perverso y siniestro.
Con las galerías de túneles al Este de la Habana Fidel Castro sí estaba cometiendo un error operativo-estratégico garrafal, por las razones que vimos anteriormente en la famosa clase metodológica en el terreno. Pero los de las ciudades, en especial los de la capital, tenían otro propósito.
En la visita que hace Raúl Castro a la URSS en 1982 para entrevistarse con Brezhnev (eran los tiempos de Reagan), el dirigente soviético le comunica a Raúl que si EEUU atacaba a Cuba la URSS no tenía ninguna posibilidad de defenderla. La frase de Brezhnev fue: “¿Qué quieren, que nos partan la cara?”.
Ahí comenzó la locura y el corretaje en el MINFAR para los planes de “La Guerra de todo el pueblo” Tanto Fidel Castro como su hermano Raúl habían llegado a convencerse de sus propias ilusiones: “el pueblo cubano combatiría hasta los últimos hombres existentes en cada pueblo y ciudad, abrazados a la bandera cubana”.
Pero como el que vive de ilusiones suele morir de desengaño, meses después, al ocurrir la debacle de Granada, donde Fidel Castro llega al extremo de ordenar zarpar al buque Vietnam Heroico completamente vacío, para no proporcionar ninguna posibilidad de que los cubanos atrapados allí pudieran escapar, y que se inmolaran.
Estaba tan convencido de que sería como él lo preveía que al perderse las comunicaciones dio por sentado el holocausto, y emitió un parte oficial por radio y televisión, informando al pueblo que los últimos cuatro cubanos que quedaban resistiendo se habían inmolado abrazados a la bandera cubana.
Ese ha sido el ridículo más grande que ha hecho Fidel Castro, y que nunca ha podido borrar de su larga historia de fracasos.
Después de aquella tragicomedia, Fidel Castro, en su acostumbrado slogan de “Convertir los reveses en victoria” saca nuevamente de su gaveta una vieja idea que desempolva y la lanza al ruedo, creando el Grupo Ejecutivo del Metro de Ciudad de la Habana (GEMCH).
Esta idea, que lógicamente debía ser financiada por los “bolos”, le proporcionaba dos objetivos fundamentales:
1) El proyecto inicial, que abarcaba una línea desde Alamar hasta la Ciudad Deportiva, para posteriormente llegar hasta la calle 100 y finalmente hasta el Aeropuerto Internacional José Martí, le proporcionaría decenas de kilómetros de túneles, disponibles en los años que durara el proyecto. Si no pasaba nada en el ínterin, podría ser una obra que quedara como su legado.
Algo así como la carretera central que dejó el dictador Gerardo Machado. Estas egolatrías de los dictadores todas se parecen. Ya Castro había superado con creces a Machado no solo en el tiempo en el poder: le había ganado también construyendo una nueva autopista a todo lo largo de la isla que suplantó a la vieja carretera central construida por aquel, aunque en realidad todavía hoy no está terminada; el metro eclipsaría completamente al capitolio que erigió Machado.
2) Los de mayor edad deben recordar que, días antes de la invasión de Bahía de Cochinos, la Seguridad del Estado arrestó a centenares de miles de cubanos, sospechosos de ser desafectos a la Revolución, y los encerró en complejos deportivos y teatros. Incluso a los miembros de la Brigada 2506 los confinaron, primero, en la Ciudad Deportiva, y posteriormente en el Hospital Naval, que se encontraba en proceso de terminación.
Aquí también parece que los dictadores se transmiten las experiencias. Esto fue exactamente lo mismo que hizo Pinochet cuando el golpe de Estado en Chile en 1973.
Esas decenas de kilómetros de túnel para el Metro de la Habana resolverían completamente el confinamiento de centenares de miles de desafectos. Cuando la caldera del periodo especial que se avecinaba explotara, ya no habría que preocuparse con complejos deportivos o teatros.
Pero, además, si los americanos osaban intervenir para evitar el genocidio, cabía la posibilidad de hacer lo que hizo Hitler en el Metro de Berlín antes de suicidarse: inundarlo.
Poderoso disuasivo para prevenir la intervención norteamericana.
Esperemos que la biología se imponga y termine por disiparse hasta el último vestigio de estas ideas perversas.
Confío en que las nuevas generaciones de oficiales cubanos serán capaces de no aceptar ni un caudillo ni un verdugo más.
El tiempo dirá.