“En cierto sentido, el líder ruso se ha convertido en rehén de su propia propaganda de “tipo duro que no teme a Occidente”
Cubaencuentro, EEUU | 04/08/2014 3:44 pm
El presidente ruso, Vladimir Putin, ha caído en un callejón sin salida. El otoño pasado, usó una combinación de presiones políticas fundamentalmente con los subsidios que ofrecía a Kiev para evitar que Ucrania firmara un acuerdo de asociación con la Unión Europea y atraerlo a una alianza liderada por Moscú. Cuando las protestas masivas acorralaron al presidente prorruso de Ucrania el pasado febrero, Putin lo consideró como un complot occidental contra Rusia y se movió rápidamente para anexar la península de Crimea a Rusia con el fin de evitar lo que catalogó como una amenaza inminente de Ucrania en la OTAN.
Le salió bien la anexión de Crimea. Incluso aprovechó esa oportunidad para barrer el piso con el antiguo Partido Comunista de la URSS culpándolo de la entrega ilegal que realizó el PCUS traspasando esa península rusa a Ucrania en 1954.
Veamos este fragmento del discurso de Putin el 18 de marzo del presente año 2014 ante el Parlamento ruso informando la anexión de Crimea:
“Después de la revolución, los bolcheviques, por una serie de razones —Que Dios los juzgue— añadió amplios sectores del sur histórico de Rusia a la República de Ucrania. Esto se hizo sin tener en cuenta la composición étnica de la población, y en la actualidad estas áreas forman el sur-este de Ucrania. Luego, en 1954, se tomó la decisión de traspasar la región de Crimea junto con Sebastopol a Ucrania, a pesar de que esta era una ciudad federal. Esta fue una iniciativa personal del jefe del Partido Comunista Nikita Khrushchev. Lo que estaba detrás de esta decisión fue el deseo de ganar el apoyo de la clase política ucraniana o para expiar las represiones masivas de la década de 1930 en Ucrania —es para los historiadores averiguar.
Lo que importa ahora es que esta decisión fue tomada en una clara violación de las normas constitucionales que estaban en vigor en aquel entonces. La decisión fue tomada tras bambalinas. Naturalmente, en un estado totalitario, nadie se molestó en preguntar a los ciudadanos de Crimea y Sebastopol. Ellos se encontraron con el hecho. La gente, por supuesto, se preguntaron por qué, de repente Crimea se convirtió en parte de Ucrania. Pero, en general —y debemos indicarlo claramente, todos lo sabemos— esta decisión fue tratada como una formalidad de las clases debido a que el territorio fue transferido dentro de los límites de un solo estado. En aquel entonces, era imposible imaginar que Ucrania y Rusia podían dividirse y convertirse en dos estados separados. Sin embargo, sucedió”.
Posteriormente en abril, tratando de mantener la presión sobre Occidente, Putin fomenta la insurgencia prorrusa que estalló en el este industrial de Ucrania, al parecer con la esperanza de que un conflicto de combustión lenta pudiera ayudar a persuadir a Estados Unidos y la Unión Europea para llegar a un compromiso que permitiera a Rusia mantener en su órbita a Ucrania.
Esa estrategia ha fracasado. Occidente, especialmente Europa, se mostró inicialmente renuente a adoptar una posición firme de castigo contra Putin, pero el derribo del avión de pasajeros de Malasia fue el acontecimiento imprevisto que cambió totalmente la dinámica, y obligó a Occidente a actuar.
Al parecer el líder ruso está ahora buscando desesperadamente una manera de salir de la crisis con la esperanza de contener la grave amenaza que para su gobierno representan las fuertes sanciones económicas impuestas por Occidente. Veamos algunos de los escenarios posibles que pudieran emerger:
Llegar a un compromiso
Desde el principio, Putin deseaba un acuerdo con Occidente que permitiría a Rusia mantener su influencia sobre Ucrania. Ambiciones que no ha ocultado en ningún momento.
En el inicio de la crisis, Putin apostaba a que Ucrania se uniría a una alianza económica dominada por Rusia. Cuando esas esperanzas se evaporaron con el derrocamiento del presidente Víctor Yanukovich, Moscú empezó a presionar para una “federalización” de Ucrania que le diera amplios poderes para sus provincias y les permitiera tratar directamente con Moscú. Los “rebeldes” más tarde respaldaron esas demandas mediante la realización de referendos “independentistas” que tanto el gobierno de Ucrania como Occidente lo declararon una farsa.
El Kremlin suavizó mas tarde su retórica y comenzó a llamar vagamente a un “diálogo” entre el gobierno central y las regiones que darían a las provincias más voz sobre los asuntos locales.
Ahora con la mano debilitada por el desastre del avión, Putin puede estar dispuesto a aceptar cualquier acuerdo vago que permita a Moscú mantener solo un título simbólico de influencia. Tal acuerdo, sin embargo, tendría que implicar concesiones por ambas partes, algo que es difícil de lograr en medio de la lucha y la creciente desconfianza.
Occidente ha exigido que el Kremlin deje de apoyar la rebelión en el este de Ucrania. Mientras que Putin podría desentenderse de los oficiales rusos jubilados y consultores políticos de Moscú que han ayudado a fomentar el motín, pero le sería muy difícil distanciarse de ellos sin decepcionar su base de apoyo.
El desastre del avión de Malasia, sin embargo, podría ser una forma de salvar las apariencias al darle posibilidades de condenar públicamente a los dirigentes rebeldes. Si una investigación internacional confirma que el misil que derribó el avión el 17 de julio fue lanzado por los rebeldes, Putin puede decir que Rusia no puede apoyar a aquellos que fueron responsables de la trágica muerte de casi 300 personas inocentes. Tal declaración podría allanar el camino para las conversaciones.
Más sanciones provocando duras repuestas
Putin posiblemente teme que cualquier concesión sólo daría lugar a una mayor presión occidental y puede optar por permanecer desafiante. Si sigue negándose a distanciarse de los rebeldes, Occidente seguirá reacio a participar en cualquier conversación. Los combates en el este, que ya implica artillería pesada y cohetes de grueso calibre golpeando zonas residenciales, aumentará la presión sobre Putin para intervenir militarmente.
Putin ya se enfrenta a fuertes críticas de las publicaciones nacionalistas rusas y foros en Internet que han empezado a señalar su traición a los rusos parlantes en Ucrania, al no enviar al ejército.
En algún momento, por temor a que el daño a su popularidad pueda llegar a ser irreparables Putin puede enviar más armas a los rebeldes. Más sanciones occidentales en lugar de hacerle aflojar la mano pueden empujarlo a una situación en la que cualquier compromiso parecería doblegarse a Occidente.
Presionado contra la pared, Putin puede incluso decidir enviar tropas a Ucrania. Con ello, como sucedió en Georgia, probablemente aplaste al débil y desorganizado ejército ucraniano en cuestión de días. Occidente es poco probable que intervenga militarmente, pero sería congelar prácticamente todos los lazos con Moscú lo que resultaría en un desastre económico para Rusia. Los niveles de vida caerán en picada rápidamente, generando malestar social y una agitación cada vez mayor de consecuencias imprevisibles.
En Occidente, algunos esperan que las sanciones animen a los miembros de las élites rusas, así como al público en general para exigir un cambio de rumbo.
Sin embargo, el sistema político ruso estrechamente controlado deja poco espacio para la disidencia. Magnates multimillonarios, algunos de los cuales tienen vínculos personales con Putin, pueden llegar a perder mucho de las sanciones occidentales y les gustaría que Putin suavizara su política. Pero las esperanzas de que puedan convencer de alguna manera al Presidente a retirarse de la confrontación parece inútil, ya que los oligarcas tienen demasiado miedo para formar cualquier tipo de grupo unido, y las lealtades oficiales están estrechamente controladas por los veteranos de la KGB de Putin, compañeros que dominan el oficialismo como la palma de sus manos.
Muchos en Washington esperan que los empresarios amigos de Putin que se han visto afectados por las sanciones de Estados Unidos lo empujen hacia la desescalada. Sin embargo ha ocurrido todo lo contrario. En lugar de alentar una oposición pro-occidental, más sanciones probablemente fortalecerá aún más a los halcones del Kremlin, que pueden empujar a Putin hacia una mayor confrontación y aislamiento.
En cierto sentido, el líder ruso se ha convertido en rehén de su propia propaganda de tipo duro que no teme a Occidente. El chovinismo le ha jugado una mala pasada.
Los índices de aprobación de Putin hasta ahora se han mantenido altos, pero si la economía empieza a derrumbarse bajo el peso de las sanciones occidentales su popularidad se disminuirá rápidamente. Esto no significa, sin embargo, que las fuerzas democráticas pro occidentales tengan alguna oportunidad de ampliar su presencia en la escena política de Rusia.
En medio de la guerra en Ucrania y las sanciones de Occidente, los liberales rusos débiles y desorganizados se han visto cada vez más marginados, mientras que las fuerzas nacionalistas extremistas se han reforzado considerablemente.
La desestabilización económica permitiría además a los grupos nacionalistas expandir su influencia, y los “voluntarios rusos” que ahora luchan en el este de Ucrania pueden convertirse en un elemento explosivo en una ecuación política cambiante.
La perspectiva de potenciales disturbios podría reavivar los temores que acompañaron el colapso soviético de 1991. Miles de cabezas nucleares, humeantes conflictos entre una gran variedad de grupos étnicos, movimientos separatistas y deterioro de la infraestructura industrial que podría dar lugar a desastres tecnológicos hacen que cualquier inestabilidad en Rusia sea un mortal peligro para el resto del mundo.
Como reza el viejo dicho de los guardias viejos: A Putin “le salió el tiro por la culata”.