Cubaencuentro, EEUU | 24/05/2011 7:32 am
Los procesos de perdón y de reconciliación entre los individuos, o entre grupos sociales, son largos y extremadamente complejos y dependen de muchas variables internas, psicológicas, de comportamiento, así como históricas y políticas.
Una de las visiones más razonable y justa para la reconciliación debe estar basada en el ejercicio activo de la ciudadanía y en la reciprocidad democrática como requisitos fundamentales para la solución de los problemas sociales. Esta concepción de reconciliación requiere que se le reconozcan a todos los ciudadanos el derecho a participar activamente en las discusiones políticas, a mantener distancias entre sí y a no estar necesariamente de acuerdo unos con otros. Esto implica que todos los actores sociales participen activamente en la toma de decisiones sobre el futuro de la sociedad, aunque puedan tener visiones distintas o antagónicas.
En la actualidad, quizás por primera vez desde el triunfo de la revolución cubana, existe en nuestra patria un consenso generalizado entre gobernantes y gobernados de que el país está en franca bancarrota económica y moral. Sin importar ideologías o status social, incluyendo a la máxima dirección del país, se ha reconocido que Cuba está al borde del precipicio.
Para salir de esta crisis que parece insalvable hay diferentes visiones, pero hasta ahora solo se ha escuchado una versión exigua, la dada en el VI congreso del Partido Comunista, sobre cómo poder superarla. Es hora ya de dejar de decidir minoritariamente sobre los destinos de la nación, de auto engañarse más y de acabar de sacar al país de la crisis que confronta con la participación de toda la sociedad. Es hora también de dejar de señalar desde la otra orilla las culpas de quienes causaron este desastre y dejar de vivir en el pasado sufriendo los oprobios recibidos. Se ha llegado a una encrucijada imposible de ignorar. La reconstrucción de nuestro país es totalmente imposible sin una reconciliación y de igual manera no puede haber una reconciliación si el país continúa destruyéndose y la sociedad cubana desintegrándose en medio de una situación insostenible. Pero para poder sentarse a la mesa a dialogar, a analizar la crítica situación en que se encuentra la nación y a debatir qué caminos se deben emprender para evitar la catástrofe es necesario dejar de actuar como tercos adolescentes que se creen con la verdad absoluta mientras los demás son responsables de todas las desgracias.
No alcanzarían cientos de cuartillas para enumerar los grandes errores cometidos por ambas partes en pugna. Desde el pecado original de escapar masivamente del país confiados en que una nación extranjera solucionaría en pocos meses la confrontación y la complacencia de la contraparte que, al verse con el terreno abandonado por el contrincante, se sometió también a otra potencia extranjera para consolidar su poder. ¿Vale la pena volver a rememorar esta nefasta y tortuosa historia que condujo al país en ruinas que tenemos hoy? No creo que sea necesario un acto de masoquismo de tal envergadura. Es la hora de la recapacitación, de la voluntad de sobreponer el futuro de las nuevas generaciones a las heridas que puedan no haber cicatrizado todavía.
Raúl Castro en innumerables ocasiones ha llamado a Estados Unidos a sentarse a negociar las diferencias existentes entre los dos países. “Estamos dispuestos a sentarnos a discutir todo en igualdad de condiciones”, ha expresado en más de una ocasión. Pero es que no es a los Estados Unidos a quien se les está cayendo el país en pedazos, la Guerra Fría terminó hace ya muchos años y Cuba ha pasado a ser una de las últimas prioridades para Washington. Fuera de un posible éxodo masivo, al país del norte no le interesa si el Gobierno cubano hace uno, diez o cuarenta congresos del Partido Comunista para tratar de legitimar su permanencia en el poder, diciéndole al pueblo que ahora sí van a perfeccionar el socialismo. Ese es un problema de los propios cubanos en su propio país, piensa legítimamente la Casa Blanca. Es con su propio pueblo, con la proscripta oposición interna, con esos cientos de miles de jóvenes que sin formar parte de grupos disidentes rechazan un régimen que desea controlarlo todo, que los ahoga, que solo le ofrece privaciones y llamados al mismo sacrificio que le pidieron a sus padres, abuelos y tatarabuelos. Es con esos cubanos con quien debe el Gobierno cubano dialogar y no con nosotros, le han respondido también diferentes Administraciones en varias ocasiones.
Mueve a risa escuchar a Alarcón decir que “Obama no tiene voz ni voto en Cuba”, respondiendo a un comentario hecho por el Presidente de Estados Unidos de que la relación con la Isla no cambiaría, mientras el Gobierno cubano no realice verdaderos cambios democráticos. Lo que también demuestra cuán fatuos son muchos de los dirigentes cubanos y cómo han perdido todo contacto con la realidad. Estaría loco de remate Obama si quisiera hacerse cargo del Estado parásito que acabó económicamente con la URSS y que ahora también amenaza con poner en bancarrota a Venezuela.
Pretender el Gobierno cubano que podrá llevar una relación de buen vecino, de colaboración económica, científica y técnica con Estados Unidos, sin antes poner fin a la privación de todos los derechos fundamentales del ciudadano y sin terminar la práctica de creerse un grupo omnisciente que por derecho divino tiene la facultad de tomar decisiones infalibles en nombre de toda la sociedad, es estar totalmente errado.
Para poder iniciar un proceso de reconciliación es necesario que todos los ciudadanos puedan participar en la toma de decisiones, que puedan emitir libremente sus opiniones y criterios sin temor a ser hostigados, reprimidos, difamados o insultados.
La práctica medieval de arrogarse el derecho a ser eternamente la vanguardia del pueblo y de poder ser quien lo dirija sin tener que competir con otras agrupaciones en igualdad de condiciones por el respaldo popular, hace siglos quedó atrás y los que han ignorado esta realidad sufren hoy las consecuencias que estamos viendo con la Primavera Árabe.
Los que por diferentes condiciones de la vida en un tiempo se consideraron como vencedores y victoriosos, cuando la historia parecía que estaba de su parte, con el transcurso del tiempo su estatus llega a cambiar. Aquellos grupos o individuos que comprueban que la historia ya no les favorece, que han cambiado las condiciones objetivas, que comprenden que la lógica que ellos impusieron ya no tiene cabida ni sentido en el nuevo orden, que lo que en su momento pudo beneficiarles en prerrogativas, dádivas y honores se ha revertido contra ellos haciéndoles rehenes de sus responsabilidades, han arribado al umbral de la negociación. Negarse a aceptar ese reto sería un acto suicida que jamás la historia les perdonaría.