“Álvaro Prendes era un organizador por excelencia, el jefe activo y audaz con quien cualquier bisoño podía sentirse seguro a la hora del combate”
Cubaencuentro, EEUU | 04/10/2011 10:05 am
Entré asustado. No sabía como iba a ser la Fuerza Aérea. En la jefatura de la aviación, entre el bullicio y la desorganización reinante de esos primeros días de enero de 1959, nadie prestaba atención al joven barbudo recién llegado con una carta de presentación en sus manos que no sabía a quien entregar.
El despacho del Jefe de la Fuerza Aérea semejaba más a una colmena que a una institución militar. Por fin uno de aquellos hombres se me acercó para preguntarme a quién deseaba ver. Deduje que era piloto pues vestía un overall de vuelo gris de muchos bolsillos y una pequeña ala de plata prendida sobre el pecho izquierdo de su extraña vestimenta.
“—Traigo una carta para el jefe, pero no sé quien es, le dije.
“—Aquí todos somos jefes”, me respondió.
Al ver que no me movía, se me acercó, tomó la carta que tenía en mis manos y comenzó a leerla. Cuando terminó me miró de arriba abajo como a un bicho extraño y me dijo:
“—Para esto tienes que esperar a Díaz Lanz, pero te anticipo que no te será fácil.
“—De eso me encargo yo”, le respondí.
Se sonrió, me devolvió el sobre, y no nos volvimos a ver hasta un año después, en la base aérea de San Antonio de los Baños.
En ese intervalo, sorteando innumerables obstáculos, me las había agenciado para por lo menos ser capaz de despegar y aterrizar en un avión de combate sin matarme.
En febrero de 1960 nos informan que un capitán de apellido Prendes llegaría a la base para organizar un curso avanzado de entrenamiento en aviones de combate. Esa tarde el Capitán Enrique Carreras, que era nuestro jefe, citó a los que tratábamos de hacernos pilotos para una reunión en el salón de operaciones, donde Prendes expondría los pormenores del entrenamiento.
El nuevo encargado del entrenamiento tenía buena memoria. Yo también reconocí enseguida al que por primera vez se dirigió a mí al llegar a la FAR. Al concluir la reunión se me acercó e indagó, curioso, cómo me las había arreglado para estar volando solo en aviones de combate en menos de un año.
“—Capitán, cortando huevos se aprende a castrar, le dije.
“—Sí, teniente, pero cortando huevos también te vas a matar”, me respondió.
Prendes tenia razón: ya para esos días media docena de jóvenes habían perdido la vida en ese tortuoso camino de aprender a volar por la libre.
El curso fue un éxito total. Sin duda alguna, gracias al mismo, pude después combatir en Playa Girón y, por supuesto, estar vivo para escribir estos recuerdos.
El Capitán Enrique Carreras era indudablemente el más experimentado de todos nuestros instructores y jefes. Hombre muy noble, humano y leal. Cualidad esta última que a veces se antepone a la razón y entorpece para diferenciar lo bueno de lo malo y lo justo de lo injusto. Carreras siempre estuvo dispuesto a dar su vida sin vacilación alguna en el cumplimiento del deber. De ese desprendimiento y cualidades humanas se aprovecharon los que sin escrúpulos acostumbran a manipular a los hombres en sus ambiciones de poder y grandeza.
El capitán Álvaro Prendes era el organizador por excelencia. El jefe activo y audaz con quien cualquier bisoño podía sentirse seguro a la hora del combate. Lo traicionaba su dificultad para diferenciar lo subjetivo de lo objetivo, y esto le ocasionó muchos problemas.
Su obsesión con la baja estatura lo impulsaba a calzar botas con tacones especiales, sin darse cuenta que su verdadera grandeza no se medía de los zapatos a la gorra, sino por todo lo que era capaz de hacer, desde la tierra hasta la altura máxima de su avión de combate.
Para mí fue un gran orgullo haber sido su wing man durante la mayoría de los combates sobre Bahía de Cochinos. Haber cuidado su cola mientras derribaba los aviones enemigos y sentir que él me observaba mientras yo pasaba al ataque.
Dicen que en las familias los hermanos que más se quieren son los que más discuten, y en la gran familia de los pilotos de combate, en esa cofradía que nunca han entendido los principales jefes de la revolución, es así.
Prendes y yo discutíamos bastante. Antes y después de la batalla de Playa Girón, y más tarde al reencontrarnos compartiendo el exilio.
El mayor desacuerdo que tuvimos fue ocasionado precisamente por esa dificultad que tenía para poder diferenciar lo objetivo de lo subjetivo.
Después de la crisis de los mísiles nucleares en 1962 yo fui nombrado jefe de la aviación en la región oriental del país, con los MiG-15, y Prendes en el occidente, teniendo bajo su mando nada menos que el regimiento de MiG-21 que habían dejado los soviéticos al concluir dicha crisis.
No pasó mucho tiempo sin que se agudizaran las relaciones con los asesores soviéticos por sus métodos de entrenamiento, que eran antiquísimos, su falta de flexibilidad y su evidente atraso comparado a los métodos empleados por los norteamericanos.
Basta señalar que para hacer la transición de los MiG-15 subsónicos a los Mig-21, que alcanzaban dos veces la velocidad del sonido, los soviéticos no tenían un avión de ese tipo con doble cabina.
Imagínense que le digan a un piloto: estúdiese la colocación de los instrumentos, los procedimientos de emergencia; el MiG-15 que volabas aterriza a 220 kilómetros por hora, este tienes que aterrizarlo a 360 kph. Aquí esta la palanca del acelerador, esta es la de los mandos, este botón es para esto y aquel es para lo otro. Dale, arranca, y vuela.
No fue hasta 1966 que los soviéticos llegaron a sacar y suministrarnos el MiG-21U de doble cabina. Para ese entonces ya unos cuantos jóvenes pilotos no lo necesitaban: desde el cementerio no se despega.
Para las reuniones en el Estado Mayor de la DAAFAR solía trasladarme de Holguín a San Antonio en un MiG-15. Una mañana, después de aterrizar en dicha base, Prendes envía un jeep a buscarme al avión, para sostener una reunión, según él, de suma importancia.
En esa reunión en la jefatura de la base aérea se encontraban, además de Prendes, el ya comandante Carreras y otros altos oficiales de la Aviación.
Prendes explica la difícil situación con los asesores soviéticos, los problemas que nos estaban causando, y propone no seguir cumpliendo con las orientaciones y los métodos de entrenamientos que empleaban aquellos.
Lo planteado por Prendes era objetivo, totalmente cierto, pero lo subjetivo era la forma en que planteaba corregir ese problema. Eso crearía un conflicto tremendo, no solo con los asesores soviéticos que nos proporcionaban gratuitamente toda esa técnica militar, valorada en centenares de millones de dólares, sino que constituía una indisciplina inaceptable en cualquier institución militar.
Le expresé mi desacuerdo, y la necesidad de convocar a una reunión con los principales jefes para plantear el problema, y que estos hallaran la solución. Prendes se aferró a su criterio, no dio su brazo a torcer, y tuvo que ser sustituido de su cargo.
Aquella desagradable diferencia nunca hizo mella en nuestra amistad. A partir de aquel momento a Prendes no se le volvió a invitar a los actos por la victoria de Playa Girón.
Cuando llegaba ese aniversario, yo instruía a mi chofer para que, una vez concluido el acto oficial, llevara para casa de Prendes todo lo necesario para celebrar junto con Douglas Rudd, que también había caído en el ostracismo. Muy bien que la pasábamos sin la pedantería ni la coprofagia política de los encargados de hacer aquellos presuntuosos y ridículos aniversarios.
Resultaba muy duro ver en estas condiciones, no ya al piloto que más misiones de combate realizó durante la batalla de Bahía de Cochinos, sino al piloto que fue el hombre clave en reclutar para el Movimiento 26 de Julio a los pilotos y oficiales de la fuerza aérea de Batista, para derrocar esa tiranía, y que gracias a su decisión de negarse a bombardear la ciudad de Cienfuegos durante el alzamiento del 5 de Septiembre de 1957 se evitó la muerte de innumerables civiles inocentes.
El tiempo que Prendes estuvo fuera de servicio lo aprovechó muy bien. Además de volar en Cubana de Aviación, se dedicó a impartir clases de marxismo en la Universidad de la Habana. Dominaba muy bien esta materia, y por lo menos a mí me ayudó grandemente a comprender la gran estafa a que fuimos sometidos por Fidel Castro y su círculo de poder, esgrimiendo una doctrina y unos principios que jamás practicó.
Tres días antes de mi ruptura con el régimen fui a despedirme de él y de Douglas.
Hubiera querido decirles todo lo que sentía y por qué tomaba una decisión tan drástica. Solo supieron que partía hacia un largo viaje lleno de incertidumbre, pero necesario para mi conciencia y mi paz interior.
Cinco años más tarde, en noviembre de 1992, el coronel Prendes, sin nada más que perder que las cadenas, sorprende a todos con su valiente comparecencia de prensa en la Habana, pidiendo que Fidel Castro iniciara las reformas necesarias para salir de la crisis.
La violenta respuesta del régimen no se hizo esperar, y sus turbas neo fascistas cercaron la casa de Prendes, sometiéndolo al más criminal y abusivo acoso que se haya visto contra un hombre que todo lo había dado por la Revolución.
Bajo esta constante presión, ve incrementarse la dolencia cardiaca que sufría, y los médicos recomiendan practicarle una intervención quirúrgica a corazón abierto. Por suerte para Prendes, una de esas almas nobles que todavía existen en medio de las más depauperadas sociedades, le advirtió que desistiera si deseaba continuar con vida.
Meses después, al unirnos nuevamente en el exilio, tuvimos tiempo de rememorar todos nuestros recuerdos. Su salud seguía deteriorándose, hasta que pudo ser intervenido quirúrgicamente en una difícil operación a corazón abierto en el Hospital Jackson.
Una tarde, conduciendo su automóvil por las calles de Miami, recibe un balazo en el cuello, salvando la vida milagrosamente. Nunca se supo quiénes ni por qué realizaron semejante ataque. Sin embargo, continuó con sus esfuerzos de buscar una solución para Cuba.
Agobiado por la enfermedad cardiaca de la que nunca se repuso totalmente, muere en el exilio el aguerrido e incansable combatiente, el 23 de agosto de 2004. Al igual que muchos otros, incluyendo al inolvidable piloto y hermano Douglas Rudd, Prendes es devorado también por Saturno.
El “Tigre”, como cariñosamente le decíamos, está presente en nuestro corazón, y será recordado siempre.
“—Te mantengo a la vista, a tu derecha, listo para el ataque.”