“La dirigencia supremacista que gobierna Cuba ha tenido siempre el criterio que las administraciones demócratas son débiles”
Cubaencuentro, EEUU | 14/01/2013 10:06 am
El vicepresidente del Consejo de Ministros cubano, Miguel Díaz-Canel, anunció en un mitin en Caracas que “Cuba, una vez más, ratifica su irreductible convicción de que cualquier ataque del imperio contra Venezuela será interpretado y respondido por nuestro pueblo como si se tratase de nuestro propio suelo patrio”. Más adelante, agregó la acostumbrada necesidad de la unidad de América Latina y el Caribe, y lógicamente no podía faltar la práctica retórica de que los “adversarios imperialista no respetan el dolor de los pueblos y utilizan de manera morbosa la enfermedad del presidente, que sigue hospitalizado en Cuba, en su afán por destruir la inmensa obra revolucionaria”. También advirtió que América Latina y el Caribe no permitirán “nuevos intentos desestabilizadores en la región”.
Algunos mandatarios latinoamericanos presentes en el acto de masas, y que tampoco pueden prescindir de la gallina de los huevos de oro, rompieron en delirantes aplausos.
Cuando escuchó el discurso del señor Díaz-Canel, un amigo norteamericano me preguntó qué decía el vicepresidente de Cuba, y cuando le traduje lo que aparece al inicio de este artículo no le salió otra expresión que no fuera ¡Uh, Smell fishy! (¡Huele a pescao!), expresión coloquial muy frecuentemente utilizada por los anglos para referirse a alguna sospecha de que algo está oculto o por suceder. Nosotros le llamaríamos “tufo”. Por lo menos en Pinar del Rio le decimos así.
No le había dado mucha importancia a la retórica acostumbrada de los dirigentes cubanos hasta que comencé a escuchar las interrogantes de mi amigo.
¿Esa “irreductible convicción” quiere decir que si se desencadena una guerra civil en Venezuela, producto de las violaciones a la constitución por el Gobierno de ese país, los cubanos intervendrían con sus fuerzas armadas en el conflicto interno de Venezuela? Me preguntó con cierto asombro y continuó con la afirmación: “Parece que los comunistas cubanos quieren instaurar el sistema en el resto de la América Latina”.
¡Aaay! ¡Aaay! Estos gringos no acaban de entender que están lidiando con unos tipos que calzan espuelas calibre .45. Por enésima vez traté de dar una explicación, no sé si algún día lleguen a entenderme.
My friend, el problema es que ustedes le siguen la rima a los supremacistas de la Habana. En el Gobierno cubano jamás ha habido ni socialistas, ni marxistas, ni comunistas. Siempre fueron y son supremacistas. Ese tipo de gobernantes no los mueve ninguna ideología, los mueve sus intereses personales, el poder absoluto, el sometimiento de la mayoría del pueblo por una minoría elitista que se cree con poderes divinos para aplastar a sus propios ciudadanos. Para ellos la oposición no son adversarios políticos, son enemigos, traidores, lumpen, perversos agentes del imperialismo y cuantos calificativos se les ocurra.
Además, ya no tienen que ir a invadir Venezuela. Ya están en Venezuela y tienen todo lo necesario para acabar con la oposición o con cualquier intento del pueblo venezolano por rechazar la traición de un presidente que además de entregar el petróleo, los recursos nacionales, la tecnología centralizada en La Habana de los procesos electorales y cédulas de identidad y la contrainteligencia militar, se ha entregado él mismo como rehén a un régimen supremacista.
Las palabras del vicepresidente cubano Díaz-Canel reflejan que los supremacistas isleños están dispuestos a jugarse el todo por el todo manteniendo su colonia petrolera. Podrá haber retórica gastada en su discurso pero están muy bien reflejadas las intenciones. Y si en otras oportunidades se las han jugado sin ruborizarse como sucedió el 27 de Mayo de 1977 en Angola, donde nuestros tanques intervinieron y aplastaron a la facción de Nito Alves que intentaba tomar el poder en una lucha intestina del MPLA; si en Chile se armó clandestinamente al brazo armado de la Unidad Popular y se copó toda la seguridad personal de Salvador Allende; si en Granada el Comandante envió a uno de sus coroneles predilectos para que se inmolara y de paso sacrificara en el altar de su egolatría a más de 700 infelices trabajadores, y no tuvo ni un átomo de vergüenza para proclamar por radio y televisión que los últimos cuatro cubanos se habían inmolados abrazados a la bandera cubana, ¿qué no estarán dispuesto a hacer por mantener a una camarilla sometida que ha aceptado que se gobierne Venezuela desde La Habana? Camarilla que pone en la mesa de su metrópoli 107.000 barriles diarios, lo que significaría, al precio actual, casi 10 millones de dólares diarios (9,98).
En esas palabras del vicepresidente cubano hay un mensaje subliminal muy bien estudiado. En Cuba nadie improvisa nada, todo sale estudiado y aprobado por la máxima dirección de los supremacistas. Lo que asombra no es la guapería barata. Si no lo desconectados que están de la realidad actual. Conducir una nación mirando por el espejo retrovisor es un suicidio. Los años 70, 80 y 90 quedaron atrás hace bastante tiempo y no es nada agradable chocar de frente con una rastra Piterbuilt.
La dirigencia supremacista que gobierna Cuba ha tenido siempre el criterio que las administraciones demócratas son débiles, que hacen concesiones, que se les puede “trajinar”, en el argot de las altas esferas. Los errores cometidos por Kennedy durante el episodio de Bahía de Cochinos, por Carter en el éxodo masivo del Mariel y por Clinton en el derribo de las avionetas de hermanos al rescate siempre los han llevado a menospreciar a los ejecutivos pertenecientes a ese partido.
Cuando se nos ordenó volar con un escuadrón de MiG-21 supersónicos sobre la Republica Dominicana en 1978, para intimidar al entonces presidente Balaguer, al preguntarle al Comandante cual sería la reacción de los norteamericanos, pues íbamos a despegar precisamente desde el aeropuerto de Los Caños en la acera de enfrente de la base naval norteamericana, la respuesta fue tajante: “Olvídense que el que está en la Casa Blanca es un vendedor de maní”, refiriéndose a Jimmy Carter.
No importa que la hija mayor del general presidente haya hecho política a favor de Obama en San Francisco sugiriendo que se votara por él. Se equivocan rotundamente si piensan que los errores y debilidades cometidas por otras administraciones corresponden a determinada militancia partidista. Lo que decide es la visión política y la valentía de tomar decisiones clave, y el actual presidente norteamericano, que liquidó a su enemigo número uno en la guerra contra el terrorismo, creció en barrios de Chicago donde los actuales supremacistas cubanos hubieran perdido hasta los calzoncillos.
Parece que la metrópolis caribeña piensa que vaticinando una desestabilización en el país de mayores reservas petroleras del mundo le atarán las manos a su vecino del norte permitiéndoles la explotación indiscriminada de su colonia. Ojala que elbluff lanzado por el vicepresidente cubano no pase de ser un “tufo subliminal”.